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viernes, 31 de octubre de 2008

ETA

Esta mañana salí para clase como siempre... es decir, tarde. Fui caminando. Llegué a mi edificio de destino, el Central de la Universidad de Navarra, por el parking, y escuchando tranquilamente Nightwish (¿o era System of a Down?), pasé por delante de un Peugeot blanco. Claro que no me di cuenta, porque iba a lo mío.

Como no iba a interrumpir la clase, me senté fuera, en el pasillo, y me puse a ver vídeos de ballet en YouTube con el portátil. Estaba eligiendo la música para un baile. En cuanto salieron, me trasladé tal cual a una mesa del aula.

A las once en punto vi que el profesor entraba en clase y pensé “vaya, tendré que quitarme los cascos”... pero por suerte no lo hice, y dirigí una última mirada de despedida a la bailarina de la pantalla, mientras una agradable melodía de “El Corsario” resbalaba por mis oídos. En ese preciso instante, la pantalla vibró cual si fuera líquida, y la música desapareció como por ensalmo. Las ventanas se abrieron de golpe, como si un dragón invisible hubiera penetrado furioso a través de ellas. Por una décima de segundo pensé “vendaval”, pero el sordo rugido que lo acompañó, y la llamarada (redonda, bullente) que subió junto a la ventana desmintieron esa peregrina idea. Tembló todo de tal manera que no sabría distinguir entre el ruido en mi cabeza o el terremoto en mi cuerpo. Sonido y movimiento, todo era lo mismo, un apocalipsis sordo, que se sentía más dentro que fuera. Vacío.

A estas horas de la noche todavía les pitan los oídos a mis compañeros. A mí no. Yo no oí lo que ellos oyeron. En mis oídos había música silenciosa.

Antes de que mi mente reaccionara, ya me temblaba todo el cuerpo. Tal vez nunca perdió la convulsión de la explosión. Tras un segundo de desconcierto e inmovilidad, como somos así de inconscientes, todos corrimos a la ventana. Gateé por la mesa sin darme cuenta de que estaba enchufada al ordenador por los cascos, que saltaron por sí solos, con tal de ver algo por encima de las cabezas de los demás. Pensé que había sido un accidente, que tal vez un coche había explotado o se habían chocado dos de ellos. Así de rodillas, estirando el cuello vi una humareda negra y llamas que subían, pero antes de que pudiera siquiera enfocar alguien gritó: “¡podría haber otra!”. Entonces caí en la cuenta, nebulosamente, de que podía ser algo realmente maligno y peligroso.

Inmediatamente salimos todos hacia la salida. Por el camino, pasé por delante de mi sitio e instintivamente bajé la tapa de mi portátil, a pesar de abandonarlo atrás, como para protegerlo de otro estremecimiento como el anterior. Ya en la puerta, vi como un compañero regresaba a por sus cosas, y pensé "¡una mierda!" y volví. Metí el portátil, los cables y el paraguas, el abrigo y la bufanda en la mochila de golpe. Me puse especialmente nerviosa tratando de desenchufar al cable de la pared. No cedía, y yo me quedaba en clase. Di un último tirón y salí escopeteada.

Una vez en el pasillo nos quedamos parados, sin saber muy bien qué hacer. Nos sentíamos más seguros, y la gente se iba calmando, así que me tomé la molestia de ponerme el abrigo y la bufanda y reordenar mi mochila. Entonces oímos ruidos en el baño contiguo a nuestra aula. Golpes repetitivos. Creí que las ventanas, también abiertas, estarían batiéndose.

Abrí la puerta, y barrió miles de cristalitos minúsculos. Las ventanas no estaban abiertas. Habían reventado, y la metralla de cristal había llegado al otro extremo. Los golpes continuaban. Eran en una de las cabinas, había una señora encerrada. Un compañero abrió la puerta a patadas, mientras otra le daba instrucciones a la mujer de apartarse. Cuando salió, estaba totalmente conmocionada, al borde de una crisis nerviosa. Le ayudamos a caminar un poco y luego se dirigió a su despacho.

También el profesor estaba bloqueado. Sin que fuera apenas audible, incluso sugirió que esperásemos un poco a ver si se podía reanudar la clase. Luego supe que a ese profesor tuvo que llevárselo la policía, porque estaba en estado de shock. En ese momento apareció otra profesora por las escaleras y nos gritó que corriéramos a la otra ala del edificio y lo evacuásemos. No nos hicimos de rogar. En unos minutos estábamos en el vestíbulo.

Fui saludando a las personas que conocía, como para hacerles ver que estaba bien, y que me alegraba de que también lo estuvieran. Una no me contestó... estaba sentada en un banco mirando al infinito, ausente. Distinguía a mis compañeros de clase al correr, pero entonces me di cuenta de que había una chica que no había visto en ningún momento. Le busqué por todos lados, pero finalmente desistí al ver la desbandada de gente que nos dispersaba. Una vez fuera, me giré ante la cara de horror de una compañera y vi por primera vez la enorme columna de humo negro. En ese preciso instante fui consciente por primera vez de lo que había ocurrido. Una bomba. Una bomba. ETA.


Me di cuenta de que tenía el móvil sin batería, así que mandé un mensaje a mi madre tranquilizándola, el cual nunca llegaría por barrido inhibidor de ondas de la policía. Nos hicieron correr al otro extremo del campus, y de ahí volví rápidamente a casa para tranquilizar a todos. Mi familia estaba angustiada, porque no sabían nada de mí. Conecté el móvil, y empecé a llamar a todas las personas que lo habrían encontrado apagado. Una amiga me cogió llorando, pensando que me había ocurrido algo. Llamaron otras muchas personas de primeras. Hice algunas perdidas. Me llamó un compañero de la cuadrilla diciendo que estaban juntos, y que sólo faltábamos dos por localizar. Una era yo. La otra, esa compañera a la que yo no había visto. Le tranquilicé, le dije que estaba en clase pero la había perdido. En ese momento me lo creí. Sabía que no había habido heridos en mi clase. Lo que no sabía era que ella no estaba en el aula.

Me quedé mirando las noticias como embobada y atendiendo y haciendo llamadas toda la mañana. Supe así que mi compañera estaba en la cafetería en el momento de la explosión y había salido directamente, sin recoger el móvil ni nada de la clase.

Quedamos toda la cuadrilla por la tarde para vernos. Yo había estado hablando con mi madre. Creo que fue entonces cuando fui, poco a poco, realmente consciente de lo que había ocurrido. De que habían detonado ochenta kilos de explosivos bajo mi ventana. La cual por suerte se había abierto en lugar de explotar. Que los muros de piedra de sillería de medio metro de grosor nos habían protegido. Que habían explotado los cristales blindados de edificios relativamente lejanos, y los cristales de muchas casas de fuera del campus. Que había una treintena de heridos leves, 17 de ellos temporalmente ingresados. Que había amigos y amigas mías, y otros conocidos, que habían escapado a la muerte por 100 metros de camino, por haber pasado antes, por evitar la lluvia y el frío, por haber decidido pasar por otro lado, por haber salido de su despacho (destrozado) al baño.

De que habíamos sido víctimas de un atentado brutal, y teníamos suerte de estar todos ahí reunidos. Me sentí feliz de tenerlos a mi lado. Y también comprendí, como si nunca antes le hubiera visto, que no podíamos amedrentarnos, aunque luego caminásemos por la calle hechos una piña, contra nuestra costumbre, como si nos persiguieran. Comprendí, que la universidad, las universidades, tenían que hacer frente común y seguir adelante. Porque nosotros somos el futuro.

domingo, 26 de octubre de 2008

Blue



I've gotta save myself from that gloomy me.


That one wich is so happy in the golden autum.

In the silver nights.



Tengo un libretita roja en la que escribo frases que me vienen a la cabeza y dibujo manos, ojos, trozos de edificios... trato de llevarla siempre, para que no se me olviden las cosas. Lo malo es que, en general, nos las seguimos arreglando para no coincidir.

viernes, 17 de octubre de 2008

El artista reconoce al artista.

Escribo esto en respuesta a una entrada de blog que me llamó mucho la atención, incluida la conversación que se fraguó después de él. Por ello, espero que leáis este texto después de haber entrado en el link.

¿Necesita el escritor vivir en la tragedia? Mejor dicho, como se puntualizó después, ¿el artista? (Pintores, poetas, añado, bailarinas, músicos...) Todos ellos expresan lo mismo de distintas maneras, pero podemos englobarlos a todos continuando con el ejemplo del escritor. Se dijo que aman la tragedia porque les da algo sobre lo que escribir (pintar, versar, bailar, componer, interpretar), en definitiva, algo que expresar, que transmitir.

Las respuestas, los han relacionado con los emo (a diferencia de una tribu urbana, esto es tan viejo como el mundo), han animado a vivir la realidad y sacar lo mejor de ella, han hablado de la felicidad, de esas cosas maravillosas, sobre las que escribir, han hablado de tantas cosas escritas por muy distintas personas, sin tragedia. Han hablado de lo que el dolor puede sacar, y de la paz que se puede encontrar, como animando a la autora a no caer en su propia tragedia, como si, al argumentar su propio pensamiento, también la animaran a buscar su propio equilibrio, dando la razón en un “hay algunos, pero busquemos la chispa de la vida”... como sí “fuese una opción”. ¿Ser artista es una opción?

Para bien o para mal, me considero una de esas personas que viven arte. Soy bailarina y escritora, pero también dibujante, coreógrafa, pintora, compositora, lo que se me ponga por delante. Artista y punto. No he dicho que sea buena. Sólo que no puedo vivir sin ello. La autora del texto original hizo una importante distinción (que se puede aplicar a todos los campos del arte) entre una persona que escribe bien, y un escritor (aparte quedan los escritores académicos). Es quien lo necesita más que el amor, como su propia supervivencia.

Y aquí he de contestar por fin. No es la tragedia en sí misma lo que busca el artista. Hay que tratar de ser feliz, y buscar, ya lo han dicho, la chispa en todo. Me consideran una persona positiva y, no me tiro flores, es cierto. Pero el artista, el de verdad, sin buscarlo, vivirá en la tragedia. No necesariamente será infeliz, o con una vida desequilibrada. Pero le será muy fácil, porque en ella busca parte de esa felicidad inalcanzable, al menos en esta vida.

¿Qué les ocurre a los artistas? Han cometido el craso error de iniciar la senda de la búsqueda de la Belleza. (Son como los filósofos con la Verdad, pero con otra sensibidad.) Tomo una cita: Así, sólo disfrutan del dulce regusto de la tragedia deseada. Del amor avocado al fracaso. El amor al arte que nunca será consumado y nunca será bastante. (...)Los ARTISTAS aman a su arte por encima de todo y de todos, y eso es algo que les provoca el cierto sufrimiento de la incomprensión. Aman algo tan sublime como lejano, inalcanzable. Y su felicidad está en buscarlo, como un amante despechado. Su camino está condenado a la frustración, y al mismo tiempo es el que más los satisface, el único que les llena. Tanto, que duele. Aunque sea sólo contemplativo, más si es creativo. Como el Amor.

Por ello, incluso escribir sobre la felicidad implica angustia, porque es algo enorme que no se puede abarcar con tus pobres palabras, pero no puedes dejar de intentarlo, de buscar la completa unión. Si al escribir, sea sobre la tragedia o sobre la felicidad, no te duele el pecho, será una persona que escribe, pero o un artista. Pero esa angustia es menor que la del vacío, cuando, por una razón o por otra no has podido pararte a escribir, cantar, bailar, dibujar..., o contemplar. Su ausencia es tan terrible como esa enfermedad que llaman depresión. Sólo que tiene fácil cura. O una media cura, por que cambias sufrimiento por el dulce regusto de la tragedia deseada. El sufrimiento vital, inspira, la felicidad, cuando pasa la euforia, también. Pero la vida siempre tiene ambas juntas, un amplio matiz de grises, y el artista nunca podrá concentrarse en un solo color.

Nunca será feliz del todo, incluso aunque se acerque lo más posible a eso que en filosofía llaman vida lograda. En realidad nadie será completamente feliz. Sólo que el artista lo sabe mejor que nadie, porque lo siente profundamente... Por eso, tal vez más lejos de la realidad que el resto, en su tragedia..., está más cercano a la vida en todos sus matices, y es más feliz que nadie con su don, o su maldición.
Para Eterna-Kyo-Actriz-Bailaora-Escritora-...
De The_Jolly_Joker-Tooru-Bailarina-Actriz-Escritora-...

viernes, 10 de octubre de 2008

The Cheshire Cat


Chesire Cat, o Gato Risón, como nos lo tradujo el gigante Disney. Ese gran gato rayado de sonrisa inquietante que nació del genio de Lewis Carroll. Siendo el único que escucha a la pobre Alicia, le muestra, con lógica irrefutable, que las cosas muchas veces son más sencillas de lo que parecen... y le muestra también... que la lógica, compinchada con el lenguaje, puede hacer evidente hasta lo imposible.



Al ver a Alicia, el gato mostró su amplia sonrisa... "¡Este gato esta siempre de buen humor!", pensó la niña... Pero, al ver sus afiladas garras y su larga hilera de dientes, pensó que no estaría de más guardar las distancias.

- Minino de Chesire -comenzó a decir Alicia de forma algo tímida, porque no sabía muy bien si le iba a gustar el nombre que le había dado... El gato extendió aún más su sonrisa.

"Parece que le ha gustado", pensó Alicia y continuó en voz alta:

-¿Podría usted indicarme, por favor, la dirección que debo seguir?
- Eso depende -le contestó el Gato- de a donde quieras ir.
- No me importa el lugar... -dijo Alicia.
- En ese caso - le contestó el Gato- tampoco importa la dirección que tomes.
- ... adonde me dirijo -continuó Alicia-, ¡con tal de llegar a algún lado!
- ¡Eso es fácil! -le contestó el Gato- ¡No tienes más que seguir andando!

¿Cómo negar la lógica aplastante de las palabras del Gato? Alicia prefirió cambiar de tercio:

- ¿Qué clase de personas viven aquí?
- En esa dirección -dijo el Gato, indicando con su pata derecha- vive un Sombrerero, y en esa otra -dijo señalando con la otra pata- vive una Liebre de Marzo... Puedes visitar a quien gustes..., ¡los dos están igual de locos!
- Pero si yo no quiero estar entre locos... -objetó la niña.
- Eso es algo que no puedes remediar -le contestó el Gato-, porque aquí... ¡todos lo estamos! ¡Yo lo estoy...! ¡Y tú también lo estás!
- ¿Cómo sabe que estoy loca? - le preguntó la niña.
- Tienes que estarlo -le dijo el Gato-, porque de lo contrario... ¡no estarías aquí!

Alicia no creía que eso fuera una prueba irrefutable, pero decidió pasarlo por alto y siguió preguntando:

- ¿Y cómo podría probarme que está usted loco?
- ¡Eso es fácil! -le comentó el Gato-. Comencemos. Premisa mayor. El perro no es un animal loco. ¿Estás de acuerdo?
- Supongo que sí -dijo Alicia.
- Bien. Premisa menor. El perro gruñe cuando está enfadado y mueve la cola cuando está contento. Yo hago justamente lo contrario. Muevo el rabo cuando estoy enfadado y gruño cuando estoy contento. Luego... ¡yo estoy loco!

(...)

¡Y hágame el favor de no aparecer y desaparecer de forma tan súbita! ¡Me está usted mareando!
- ¡Cómo gustes! -le dijo el Gato.

Y en esta ocasión se esfumó muy lentamente, empezando por el extremo de la cola y acabando por la sonrisa de su boca, que permaneció flotando en el aire cuando ya el resto del cuerpo había desaparecido.