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martes, 7 de abril de 2009

Mr. Rorty y la Literatura

Estoy tan de acuerdo, a grandes rasgos, con la postura pragmatista, que hasta me da rabia. No sé si es una reminiscencia del deseo adolescente de destacar entre los demás y afianzar la propia personalidad con algo propio y nuevo, o más bien la herencia aparentemente inevitable de una modernidad en la que el único valor literario y filosófico está en la originalidad. En cualquier caso, siempre he pensado que lo segundo no era otra cosa que lo primero.

Con todo hay algo que me llama poderosamente la atención tal vez no más que una curiosidad lógica. El ensayo comienza con una cita del gran poeta y ensayista Pedro Salinas. He de reconocer que, aunque siempre he sido una admiradora de la generación del 27, Pedro Salinas ha sido un descubrimiento reciente para mí. Llegó a mis manos un ensayo escrito por él como lectura obligatoria. A pesar de estar impreso a máquina, el nombre del autor había sido añadido a mano y, con la prisa habitual de lo obligado, no me molesté en tratar de descifrar la letra del profesor. Tomé el texto con cierta pereza, esperando la dudosa calidad literaria de otros artículos y documentos, eso sí, indudablemente informativos, provistos por la asignatura. Pero a medida que iba leyendo, parecía formarse ante mis ojos un bellísimo entramado de comprensión, aun siendo un tema que fácilmente podría haberse prestado a una inhumana disertación académica. Volví entonces corriendo a mirar el nombre manuscrito, que hizo clara justicia a lo que había leído.

Y encuentro ahora de nuevo su voz, esta vez con acento filosófico, presidiendo un ensayo. Todo lo sabemos entre todos. Resulta llamativo que sea de un poeta la cita que toma un ensayo que pretende defender el pragmatismo pluralista, es decir realista y confiado de un conocimiento posible, aunque falible, cuando su principal oponente, Rorty, abanderado del pragmatismo relativista y el pensamiento débil aspira, ni más ni menos, que a integrar la filosofía en la conversación de la humanidad (sin conclusiones, sin verdades), transformándola en literatura o arte. Para él, verdad es lo defendible, racionalidad, respeto a otras opiniones, y la posibilidad de una verdad mejor que las otras opiniones, un dogmatismo cientista.

En apoyo a esta posición, Rorty pregunta: ¿En qué difiere el tener conocimiento del hacer poemas o del contar historias? Y no parece haber respuesta a esta pregunta tan cuidadosamente planteada. Se acaba de colocar a un poeta como modelo de pensamiento. Señores filósofos, les ha pillado.

Muy bien, la filosofía es literatura, se le concede.

Sin embargo, ¿es eso un argumento a favor de su pensamiento débil, de su escepticismo? ¿La literatura es sólo un frívola y cortés conversación sin valor a través de los tiempos? ¿O acaso la filosofía debe desaprovechar las herramientas de la retórica para hacer comprensible su mensaje, so pena de ser despreciada como ciencia?

No es de extrañar que, ante esta visión de las disciplinas, sea tan habitual la afirmación despectiva de que la filosofía es pura literatura (o poesía, o metafísica). Pero realmente, a quien hace de menos este punto de vista no es a la filosofía, sino a la literatura. Se considera que se trata de una efusión de virtuosismo con las palabras, de emoción lírica, sin más contenido que la historia que sirva de excusa a ese despliegue de lenguaje. No se plantea la posibilidad de que la literatura pueda utilizar esa perfección estética para transmitir con mayor precisión (que no siempre está más presente en la puntualización que en la evocación), para transmitir un mensaje verdadero. O al menos, con pretensión de acercarse algo más a la verdad que nunca habremos de conquistar con soberanía absoluta. ¿Es que puede considerar que conoce todo lo que se puede saber sobre el ser humano el mejor psicólogo, si no ha leído las obras maestras de Dostoiewsky, Dickens o Jane Austin? Tal vez no sea un requisito indispensable, pero es abundante la literatura que en sus contenidos muestra más genio filosófico que muchos de tantos ensayos académicos con aires de grandeza.

No pretendo tener, si es que existe, una respuesta al problema del escepticismo. Únicamente se puede, si se considera válido, dar una razón de estadística. Sólo se puede lograr lo que se intenta. Si se busca realmente la verdad, aún sabiendo que es posible el fallo y buscando la corrección, existe la posibilidad de mejora global en la multiplicidad de conciencias. En ese sentido se puede hablar de conversación de la humanidad. Pero si esa conversación únicamente se dedica a exponer su habilidad de persuasión, como quien discute de fútbol o complementos ante una taza de café, entonces su empeño es vano. Y si bien nunca se puede asegurar la verdad de un conocimiento, siempre es posible, con seguridad efectiva y lógica –lo imperfecto es perfeccionable–, la mejora y perfeccionamiento, no ya sólo del conocimiento, sino de cada ser humano. Y en ese ámbito, la capacidad de enriquecer al lector la pueden tener por igual la filosofía y la literatura que así se lo proponga.

Sí, Mr. Rorty, tenía usted razón.