.

miércoles, 3 de junio de 2009

Imperativo de un Genio


El prólogo de las Investigaciones Filosóficas inevitablemete se presta a la comparación. La comparación con el del libro anterior de Wittgenstein, el Tractatus Logico-Philosophicus, la comparación con la propia vida.

Es curioso como, habiendo cambiado tanto que se puede hablar de un primer y de un segundo Wittgenstein, en realidad haya cambiado tan poco. Él mismo afirma que su pensamiento, incluyendo el erróneo Tractatus, debe verse como un todo, como una evolución, por lo cual sus dos libros de filosofía deberían ser publicados conjuntamente. Es en cierto modo el deseo del creador de ver su prole como algo completo, comprensible y sin favoritismos que pudieran hacer perder parte de ello. Me recuerda a Jorge Guillén, el autor de la generación del '27 que reunió todas sus obras de poesía
(las cuales iba engrosando en cada edición) bajo un mismo título, Aire Nuestro. Recuerdo que cuando supe eso (era sólo una adolescente) me llamó mucho la atención, y me pareció las idea más coherente y hermosa del mundo.

Con todo, la propia actitud de Wittgenstein ante el Tractatus y las Investigaciones es absolutamente opuesta. Podría resumirse en el paso de la orgullosa aserción, “la verdad de los pensamientos aquí comunicados me parece, en cambio, intocable y definitiva”[1], a “Me hubiera gustado producir un buen libro”[2]. Cuando las Investigaciones Filosóficas son, qué duda cabe, un libro fundamental. Y tal vez lo sean precisamente por eso. La soberbia injustificada es una preocupación constante en la vida de Wittgenstein, y es un auténtico deleite ver en sus últimos escritos ese carácter amansado por los años que imaginamos en una persona lograda.

Otro detalle llamativo de la unidad de Wittgenstein es el estilo. A
pesar del paso del tiempo, nunca llega a escribir un libro con una redacción continuada. Lo que en el Tractatus eran aforismos, en las Investigaciones son anotaciones más extensas, pero anotaciones al fin y al cabo. Se trata de fragmentos sobre temas específicos, que si bien tienen una relación lógica, evidente para quien capte su esencia, resultarían dificilísimos de coordinar linealmente. En lugar de centrarse en la resolución de un problema, el autor va acumulando docenas de pequeñas cuestiones apremiantes que no pueden dejarse de lado, pero se solapan unas con otras, y aunque forman un todo unitario, éste resulta casi imposible de explicitar.

He de decir que este detalle me sirve personalmente de gran consuelo. Cierta especie de responsabilidad laboral parece instigar a la especialización y al discurso específico. Por otra parte, miles de ideas sin conexión visible bullen en mi mente, y dan la sensación de no llegar a buen término jamás, como quien quiere picar un poco de todo y todo de nada. Parecen tener vocación de naufragio, de diluirse en demasiados frentes que luego no habrán de llegar a puertos concretos. Y sin embargo, se han escrito libros de ese modo. Tal vez, sólo tal vez, sea posible.

Sin embargo, hay en mí un temor que no parece tan fácil de disipar. Y es precisamente el de la ya citada soberbia, el de llegar a creer que pudiera hacer algo por encima de mi alcance. Temo, supongo, abrir mi gran boca de buzón para decir, tengo éste proyecto, tales ideas bullen en mi cabeza, para que luego no resulten una realidad tangible, que todas esas intuiciones viscerales no lleguen nunca a tener un verdadero rigor lógico, bien por falta de talento, bien por falta de constancia o disciplina. Lo primero es una posibilidad real, lo segundo un hecho de facto en la actualidad. Que por no saber dejar de arañar el todo o nada, y no resignarme a la nada, me crea capaz de más de lo que me es legítimo. Y al mismo tiempo, no puedo escapar al imperativo moral de intentarlo, no fuera a ser capaz.

*****

Cuando Wittgenstein escribe, al final del prólogo a las Investigaciones, “quisiera (...), si fuera posible, estimular a alguien a tener pensamientos propios”[3], siento que me increpa personalmente, y se me encabritan el estómago, la mente y las ideas que se agazapan al fondo de ella.

Pero no he de reconocerlo en voz alta.


[1] Wittgenstein, L., Tractatus Logico-Philosophicus, Alianza Editorial, 1987, p. 13.

[2] Wittgenstein, L., Investigaciones Filosóficas (trad.cast. A. García Suárez, U. Moulines), ed. Crítica, Barcelona, 1988. Prólogo.

[3] Wittgenstein, L., Investigaciones Filosóficas (trad.cast. A. García Suárez, U. Moulines), ed. Crítica, Barcelona, 1988. Prólogo.