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domingo, 30 de noviembre de 2008

Retazo



Él le prometió que volvería. Le aseguró que estaría de vuelta tan pronto como pudiera, le suplicó paciencia. Pero le dijo también que comprendería si no le esperaba.

Ella decidió rasgar su corazón y mantenerlo así, un pedazo en cada mano, para cerciorarse de que nadie pudiera robarlo hasta que Él regresara.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Ella sabía que le esperaban...


Aunque no tenía la menor intención de dejarse caer por ahí. Era una extraña sensación entre saber que no tenía ninguna obligación de ir, y que haría esperar a todos en vano si no aparecía. Caminaba sin rumbo fijo, pero con paso rápido. En cierto modo para desfogarse. Le ayudaba a relajarse, no tenía que pensar... Sólo caminar.

Llovía. En algún momento había tenido paraguas. Desde luego, no había salido sin él, pero no sabía dónde podía haberlo dejado. Llevaba tanto tiempo vagando... Aunque no le importaba que la lluvia corriera por su cara y le empapara los cabellos. Que se deslizara por su cuello y entrara en su camisa, produciéndole escalofríos. El abrigo pesaba muchísimo, como si quisiera impedirle moverse. Pero caminaba.

Tal vez nunca debería haber venido a esta ciudad, quizá sólo estaba persiguiendo un espejismo. Tratando de luchar contra un destino que no le pertenecía. Se sentía una intrusa, como si estuviera haciendo algo que sólo ella supiera que estaba prohibido. Animarse le había costado como dar un paso al vacío. Pero aún estaba a tiempo de arrepentirse, de atrasar el momento, de no llegar nunca. De seguir perdida por la ciudad y hacer como que nunca había pasado nada. Tal vez tomar un tren de regreso unas horas más tarde, cuando no tuviera más remedio que decirse “Bueno, ha pasado la hora, no he llegado.” Como si se hubiera perdido por las calles.

¿Pero qué haría al llegar a casa? ¿Tenía acaso un lugar al que volver? ¿Podrían ser las cosas cómo antes? ¿Podría siquiera fingir que lo eran?

No, no podría. Sería sólo una cobarde que trataría de contener un torrente sin haber aprovechado la única ayuda que pudo haber tenido para ello. Aunque ello significara romper con todo lo que hasta entonces había conocido... Eso inevitablemente ya había sucedido.

Levantó sus ojos a la luna, dejando que la lluvia le refrescase el rostro. Tomó aire, mucho aire... y sonrió. Antes de enfrentarse a su destino, debía ganar la batalla contra sí misma, por eso no había sido capaz de acudir a la cita. Era tan fácil como cualquier otra cosa que no precisa esfuerzo físico alguno, y tan difícil como vencer a un titán. Había sido un tira y afloja continuo que le desgarraba sin que supiera materializarlo en palabras. Pero por fin notó como la risa empezaba a subir por su garganta, después de tanto tiempo sin sentirla. Aún recelaba del ruido que produciría, temía irracionalmente hacer escándalo en la noche... pero no podía controlarse. Sentía vértigo. Como si, después de haber dado un paso al frente, cayera finalmente en el abismo.

Se sentía bien. Tenía una extraña sensación de frío en el pescuezo, porque sabía que sólo podría confiar en su fortaleza para seguir adelante. Pero estaba más satisfecha de sí misma de lo que lo había estado en toda su mediocre vida. Por fin había decidido por sí misma.

Vida. Qué extraño le sonaba ese concepto. Ahora su significado se había desdibujado para ella. Pero, en realidad, eso no tenía mayor importancia.

Se sobresaltó al ver ante sus ojos la puerta de la mansión. Perdida en sus pensamientos, sus pies la habían llevado sola. ¿En qué momento había dejado de carcajearse y empezado a andar?

En cualquier caso, estaba ahí.

El estómago se le oprimió en una descarga de adrenalina al llamar. Notó cómo se le aceleraba la respiración al esperar, al escuchar los pasos que se acercaban, la puerta al girar sobre sus goznes. Miró a los ojos al ser que le abrió. Había otros detrás de él. Hombres y mujeres, todos le miraban con expectación. Pero era ella la que trataba de observar cada detalle de sus rostros, sus figuras, sus actitudes.

Era la primera vez que veía a otros de su recién adquirida naturaleza. Vampiros.



*By Isabel Grábalos Licensed Under a Creative Commons License.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Hace un otoño...

Adela caminaba con firmeza, sabía que dirección tomar. Se lo indicaba la carta de baraja que palpitaba en su mano. Sin prisa, eso sí, pues no quería dejar atrás a su querida Casiopea. Finalmente, se volvió y tomó a la cansada tortuguita en brazos.

Los edificios y sus habitantes fluctuaban a sus lados como sombras. Después de la luz serena de ese templo de la sabiduría donde su alma había descansado, el mundo aparecía borroso ante sus ojos.

Llegó por fin a una plaza redonda, gris. En su centro, una fuente redonda, gris. Con agua metálica, gris. Sentada en el borde, una delgada figura de negro y rojo.

Era un arlequín (se había pintado así por cierto libro de Jostein Gaardner.) Un arlequín triste. Un arlequín que había vivido acompañada en el templo de la sabiduría, el mismo del que venía Adela, pero se había marchado de allí al quedarse sola, dejando su corazón en el suelo. Casiopea lo había encontrado. Adela lo llevaba en la mano.

Ahora, acurrucada en la fuente, dejaba que negras lágrimas emborronaran su maquillaje blanco, antes de esconderse entre sus labios rojos. Antes gustaba de escuchar, y no se había dado cuenta de que por sus silencios nadie la echaría en falta. Que su destino sería desvivirse por quienes la olvidarían. Miraba un cómic que no había leído, y pasaba las páginas en su regazo, buscando y observando siempre un mismo personaje.

- ¿Eres The Jolly Joker? –preguntó Adela.

El arlequín levantó la cabeza, desconcertada. Arrancó la hoja que tenía delante y se puso de pie, mirándola a la cara.

- Soy Adela.

El arlequín hizo un gesto de sorpresa, y luego sonrió irónicamente. Porque por fin había comprendido, y sabía otros muchos nombres para ella.

Se hundieron la una en los ojos de la otra. Vieron todo el daño que se harían, y las vendas que se pondrían, vieron los abismos que explorarían al conversar, los secretos que se dirían, y los que tardarían sangre en sacarse. Vieron que ambas llevaban en el pecho las medallas de sus Amores, tan distintos y tan similares. Se vieron dibujar, bailar, escribir. Reír hablando un idioma extranjero ante un té.

Ambas habían renacido en el templo de la sabiduría, y ya no tenían miedo. Habían terminado de esperar, y ahora sólo les quedaba crecer juntas. Ya no volverían a estar solas, y sabrían al fin reunir a otros a su alrededor.

Adela le tendió al arlequín su carta. Ella la apretó juntó a su pecho dormido, pues había pensado que nunca la recuperaría. Después le alargó a Adela la página que había arrancado antes. Se acercó y le susurró al oído:

- Eterna...

Adela asintió. Ahora lo sabía.

Se dieron la mano, despertando los cascabeles del traje de la de ojos verdes. Casiopea, adormecida en el pecho de la de ojos marrones, levantó la cabeza buscando el sonido tintineante.

Se alejaron en silencio, un silencio cómodo y agradable que por fin no era necesario romper.



*By Isabel Grábalos Licensed Under a Creative Commons License.

lunes, 10 de noviembre de 2008

XXI

A veces, hay tantas cosas que escribir que no se sabe por donde empezar. Hace más de una semana que explotó la bomba en la universidad, pero aún se notan sus efectos. Yo, al menos, sigo convaleciente de la intoxicación que sufrimos el miércoles pasado a causa de unos gases retenidos después del incendio (a causa, al parecer, de ciertas sustancias que había en la propia bomba).

No me gusta la política, ni mucho menos la prosa sin literatura, pero creo que por una vez voy a hacer una excepción para escribir sobre todo lo que he estado reflexionando. Algo va mal, rematadamente mal. No sé si es por la misma democracia que mató a Sócrates, o porque todavía no hemos aprendido a utilizarla bien. No hay un modelo ideal, pero están en nuestras manos mejorar en la medida de lo posible el que tenemos. No quiero decir que el terrorismo sea un error de la democracia, ni mucho menos. Pero sí que lo jóvenes de ahora dejamos pasar la vida sin darnos cuenta, entre televisión, ordenador, y juerga. No nos importa demasiado la política porque no tiene nada que aportarnos.

Y tal vez por eso tenga que explotar una bomba para recordarnos que la política no es simplemente ese juego de ideologías que se ha venido desarrollando en los últimos tiempos. Para los antiguos griegos, era la ciencia para organizar una buena sociedad, como lo es la ética para una buena vida. Cada época tiene sus movimientos y pensamiento propios, y los únicos capaces de crearlos y sacarlos adelante son aquellos que viven en esa misma época. Por eso, los jóvenes de ahora tenemos en nuestras manos cómo sea la sociedad del futuro. Nadie dijo que fuera fácil, o que se pudiera lograr la perfección. Lo que es seguro es que no podremos hacer nada tirados en el sillón.

Durante el último siglo, tal vez, algo más, dos grandes ideologías se han ido pasando la pelota de la sociedad, mal resumidas es derecha e izquierda. Cada una de ellas cumplió su función en su momento, buenas, y desvelaron sus horrores en sus extremos, ambos. Sin embargo, ahora sólo son dos idearios desfasados que sólo sirven para ser arrojados los unos contra los otros. Sus militantes se aferran a ellos como a un estandarte sin tener en cuenta que su lucha ya no vale su guerra.

La modernidad en la que se gestaron ha cambiado radicalmente, el mundo que conocemos nosotros no es el mismo de nuestros padres o abuelos, y en esta generación, esto es especialmente patente. Estamos en una época de crisis, no económica, sino ideológica, porque no hemos sabido adaptar los viejos modos de pensar a nuestra nueva dinámica de vida. Hemos perdido todos nuestros valores por el camino. (Tal vez por eso tienen en parte un nuevo sentido fenómenos como las tribus urbanas). Es necesaria una renovación, algo realmente nuevo que comience de cero y olvide por fin el viejo mundo bipolar. Una anideología. Sobre su contenido, aún queda mucho por andar, pero algo es seguro, es hora de levantarnos y recordar quiénes somos, y qué libertad tenemos derecho a soñar.