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miércoles, 10 de diciembre de 2008

Ghost in the Shell

Sencillamente siempre he querido subir este vídeo de una serie que me marcó y recomiendo vivamente...

Y de paso para ir abriendo boca...



P.D.: Para quienes quieran entender por qué el opening de una serie de ciencia ficción futurista es para "ir abriendo boca", lea por favor la entrada XXI, y la conversación posterior.

domingo, 30 de noviembre de 2008

Retazo



Él le prometió que volvería. Le aseguró que estaría de vuelta tan pronto como pudiera, le suplicó paciencia. Pero le dijo también que comprendería si no le esperaba.

Ella decidió rasgar su corazón y mantenerlo así, un pedazo en cada mano, para cerciorarse de que nadie pudiera robarlo hasta que Él regresara.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Ella sabía que le esperaban...


Aunque no tenía la menor intención de dejarse caer por ahí. Era una extraña sensación entre saber que no tenía ninguna obligación de ir, y que haría esperar a todos en vano si no aparecía. Caminaba sin rumbo fijo, pero con paso rápido. En cierto modo para desfogarse. Le ayudaba a relajarse, no tenía que pensar... Sólo caminar.

Llovía. En algún momento había tenido paraguas. Desde luego, no había salido sin él, pero no sabía dónde podía haberlo dejado. Llevaba tanto tiempo vagando... Aunque no le importaba que la lluvia corriera por su cara y le empapara los cabellos. Que se deslizara por su cuello y entrara en su camisa, produciéndole escalofríos. El abrigo pesaba muchísimo, como si quisiera impedirle moverse. Pero caminaba.

Tal vez nunca debería haber venido a esta ciudad, quizá sólo estaba persiguiendo un espejismo. Tratando de luchar contra un destino que no le pertenecía. Se sentía una intrusa, como si estuviera haciendo algo que sólo ella supiera que estaba prohibido. Animarse le había costado como dar un paso al vacío. Pero aún estaba a tiempo de arrepentirse, de atrasar el momento, de no llegar nunca. De seguir perdida por la ciudad y hacer como que nunca había pasado nada. Tal vez tomar un tren de regreso unas horas más tarde, cuando no tuviera más remedio que decirse “Bueno, ha pasado la hora, no he llegado.” Como si se hubiera perdido por las calles.

¿Pero qué haría al llegar a casa? ¿Tenía acaso un lugar al que volver? ¿Podrían ser las cosas cómo antes? ¿Podría siquiera fingir que lo eran?

No, no podría. Sería sólo una cobarde que trataría de contener un torrente sin haber aprovechado la única ayuda que pudo haber tenido para ello. Aunque ello significara romper con todo lo que hasta entonces había conocido... Eso inevitablemente ya había sucedido.

Levantó sus ojos a la luna, dejando que la lluvia le refrescase el rostro. Tomó aire, mucho aire... y sonrió. Antes de enfrentarse a su destino, debía ganar la batalla contra sí misma, por eso no había sido capaz de acudir a la cita. Era tan fácil como cualquier otra cosa que no precisa esfuerzo físico alguno, y tan difícil como vencer a un titán. Había sido un tira y afloja continuo que le desgarraba sin que supiera materializarlo en palabras. Pero por fin notó como la risa empezaba a subir por su garganta, después de tanto tiempo sin sentirla. Aún recelaba del ruido que produciría, temía irracionalmente hacer escándalo en la noche... pero no podía controlarse. Sentía vértigo. Como si, después de haber dado un paso al frente, cayera finalmente en el abismo.

Se sentía bien. Tenía una extraña sensación de frío en el pescuezo, porque sabía que sólo podría confiar en su fortaleza para seguir adelante. Pero estaba más satisfecha de sí misma de lo que lo había estado en toda su mediocre vida. Por fin había decidido por sí misma.

Vida. Qué extraño le sonaba ese concepto. Ahora su significado se había desdibujado para ella. Pero, en realidad, eso no tenía mayor importancia.

Se sobresaltó al ver ante sus ojos la puerta de la mansión. Perdida en sus pensamientos, sus pies la habían llevado sola. ¿En qué momento había dejado de carcajearse y empezado a andar?

En cualquier caso, estaba ahí.

El estómago se le oprimió en una descarga de adrenalina al llamar. Notó cómo se le aceleraba la respiración al esperar, al escuchar los pasos que se acercaban, la puerta al girar sobre sus goznes. Miró a los ojos al ser que le abrió. Había otros detrás de él. Hombres y mujeres, todos le miraban con expectación. Pero era ella la que trataba de observar cada detalle de sus rostros, sus figuras, sus actitudes.

Era la primera vez que veía a otros de su recién adquirida naturaleza. Vampiros.



*By Isabel Grábalos Licensed Under a Creative Commons License.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Hace un otoño...

Adela caminaba con firmeza, sabía que dirección tomar. Se lo indicaba la carta de baraja que palpitaba en su mano. Sin prisa, eso sí, pues no quería dejar atrás a su querida Casiopea. Finalmente, se volvió y tomó a la cansada tortuguita en brazos.

Los edificios y sus habitantes fluctuaban a sus lados como sombras. Después de la luz serena de ese templo de la sabiduría donde su alma había descansado, el mundo aparecía borroso ante sus ojos.

Llegó por fin a una plaza redonda, gris. En su centro, una fuente redonda, gris. Con agua metálica, gris. Sentada en el borde, una delgada figura de negro y rojo.

Era un arlequín (se había pintado así por cierto libro de Jostein Gaardner.) Un arlequín triste. Un arlequín que había vivido acompañada en el templo de la sabiduría, el mismo del que venía Adela, pero se había marchado de allí al quedarse sola, dejando su corazón en el suelo. Casiopea lo había encontrado. Adela lo llevaba en la mano.

Ahora, acurrucada en la fuente, dejaba que negras lágrimas emborronaran su maquillaje blanco, antes de esconderse entre sus labios rojos. Antes gustaba de escuchar, y no se había dado cuenta de que por sus silencios nadie la echaría en falta. Que su destino sería desvivirse por quienes la olvidarían. Miraba un cómic que no había leído, y pasaba las páginas en su regazo, buscando y observando siempre un mismo personaje.

- ¿Eres The Jolly Joker? –preguntó Adela.

El arlequín levantó la cabeza, desconcertada. Arrancó la hoja que tenía delante y se puso de pie, mirándola a la cara.

- Soy Adela.

El arlequín hizo un gesto de sorpresa, y luego sonrió irónicamente. Porque por fin había comprendido, y sabía otros muchos nombres para ella.

Se hundieron la una en los ojos de la otra. Vieron todo el daño que se harían, y las vendas que se pondrían, vieron los abismos que explorarían al conversar, los secretos que se dirían, y los que tardarían sangre en sacarse. Vieron que ambas llevaban en el pecho las medallas de sus Amores, tan distintos y tan similares. Se vieron dibujar, bailar, escribir. Reír hablando un idioma extranjero ante un té.

Ambas habían renacido en el templo de la sabiduría, y ya no tenían miedo. Habían terminado de esperar, y ahora sólo les quedaba crecer juntas. Ya no volverían a estar solas, y sabrían al fin reunir a otros a su alrededor.

Adela le tendió al arlequín su carta. Ella la apretó juntó a su pecho dormido, pues había pensado que nunca la recuperaría. Después le alargó a Adela la página que había arrancado antes. Se acercó y le susurró al oído:

- Eterna...

Adela asintió. Ahora lo sabía.

Se dieron la mano, despertando los cascabeles del traje de la de ojos verdes. Casiopea, adormecida en el pecho de la de ojos marrones, levantó la cabeza buscando el sonido tintineante.

Se alejaron en silencio, un silencio cómodo y agradable que por fin no era necesario romper.



*By Isabel Grábalos Licensed Under a Creative Commons License.

lunes, 10 de noviembre de 2008

XXI

A veces, hay tantas cosas que escribir que no se sabe por donde empezar. Hace más de una semana que explotó la bomba en la universidad, pero aún se notan sus efectos. Yo, al menos, sigo convaleciente de la intoxicación que sufrimos el miércoles pasado a causa de unos gases retenidos después del incendio (a causa, al parecer, de ciertas sustancias que había en la propia bomba).

No me gusta la política, ni mucho menos la prosa sin literatura, pero creo que por una vez voy a hacer una excepción para escribir sobre todo lo que he estado reflexionando. Algo va mal, rematadamente mal. No sé si es por la misma democracia que mató a Sócrates, o porque todavía no hemos aprendido a utilizarla bien. No hay un modelo ideal, pero están en nuestras manos mejorar en la medida de lo posible el que tenemos. No quiero decir que el terrorismo sea un error de la democracia, ni mucho menos. Pero sí que lo jóvenes de ahora dejamos pasar la vida sin darnos cuenta, entre televisión, ordenador, y juerga. No nos importa demasiado la política porque no tiene nada que aportarnos.

Y tal vez por eso tenga que explotar una bomba para recordarnos que la política no es simplemente ese juego de ideologías que se ha venido desarrollando en los últimos tiempos. Para los antiguos griegos, era la ciencia para organizar una buena sociedad, como lo es la ética para una buena vida. Cada época tiene sus movimientos y pensamiento propios, y los únicos capaces de crearlos y sacarlos adelante son aquellos que viven en esa misma época. Por eso, los jóvenes de ahora tenemos en nuestras manos cómo sea la sociedad del futuro. Nadie dijo que fuera fácil, o que se pudiera lograr la perfección. Lo que es seguro es que no podremos hacer nada tirados en el sillón.

Durante el último siglo, tal vez, algo más, dos grandes ideologías se han ido pasando la pelota de la sociedad, mal resumidas es derecha e izquierda. Cada una de ellas cumplió su función en su momento, buenas, y desvelaron sus horrores en sus extremos, ambos. Sin embargo, ahora sólo son dos idearios desfasados que sólo sirven para ser arrojados los unos contra los otros. Sus militantes se aferran a ellos como a un estandarte sin tener en cuenta que su lucha ya no vale su guerra.

La modernidad en la que se gestaron ha cambiado radicalmente, el mundo que conocemos nosotros no es el mismo de nuestros padres o abuelos, y en esta generación, esto es especialmente patente. Estamos en una época de crisis, no económica, sino ideológica, porque no hemos sabido adaptar los viejos modos de pensar a nuestra nueva dinámica de vida. Hemos perdido todos nuestros valores por el camino. (Tal vez por eso tienen en parte un nuevo sentido fenómenos como las tribus urbanas). Es necesaria una renovación, algo realmente nuevo que comience de cero y olvide por fin el viejo mundo bipolar. Una anideología. Sobre su contenido, aún queda mucho por andar, pero algo es seguro, es hora de levantarnos y recordar quiénes somos, y qué libertad tenemos derecho a soñar.

viernes, 31 de octubre de 2008

ETA

Esta mañana salí para clase como siempre... es decir, tarde. Fui caminando. Llegué a mi edificio de destino, el Central de la Universidad de Navarra, por el parking, y escuchando tranquilamente Nightwish (¿o era System of a Down?), pasé por delante de un Peugeot blanco. Claro que no me di cuenta, porque iba a lo mío.

Como no iba a interrumpir la clase, me senté fuera, en el pasillo, y me puse a ver vídeos de ballet en YouTube con el portátil. Estaba eligiendo la música para un baile. En cuanto salieron, me trasladé tal cual a una mesa del aula.

A las once en punto vi que el profesor entraba en clase y pensé “vaya, tendré que quitarme los cascos”... pero por suerte no lo hice, y dirigí una última mirada de despedida a la bailarina de la pantalla, mientras una agradable melodía de “El Corsario” resbalaba por mis oídos. En ese preciso instante, la pantalla vibró cual si fuera líquida, y la música desapareció como por ensalmo. Las ventanas se abrieron de golpe, como si un dragón invisible hubiera penetrado furioso a través de ellas. Por una décima de segundo pensé “vendaval”, pero el sordo rugido que lo acompañó, y la llamarada (redonda, bullente) que subió junto a la ventana desmintieron esa peregrina idea. Tembló todo de tal manera que no sabría distinguir entre el ruido en mi cabeza o el terremoto en mi cuerpo. Sonido y movimiento, todo era lo mismo, un apocalipsis sordo, que se sentía más dentro que fuera. Vacío.

A estas horas de la noche todavía les pitan los oídos a mis compañeros. A mí no. Yo no oí lo que ellos oyeron. En mis oídos había música silenciosa.

Antes de que mi mente reaccionara, ya me temblaba todo el cuerpo. Tal vez nunca perdió la convulsión de la explosión. Tras un segundo de desconcierto e inmovilidad, como somos así de inconscientes, todos corrimos a la ventana. Gateé por la mesa sin darme cuenta de que estaba enchufada al ordenador por los cascos, que saltaron por sí solos, con tal de ver algo por encima de las cabezas de los demás. Pensé que había sido un accidente, que tal vez un coche había explotado o se habían chocado dos de ellos. Así de rodillas, estirando el cuello vi una humareda negra y llamas que subían, pero antes de que pudiera siquiera enfocar alguien gritó: “¡podría haber otra!”. Entonces caí en la cuenta, nebulosamente, de que podía ser algo realmente maligno y peligroso.

Inmediatamente salimos todos hacia la salida. Por el camino, pasé por delante de mi sitio e instintivamente bajé la tapa de mi portátil, a pesar de abandonarlo atrás, como para protegerlo de otro estremecimiento como el anterior. Ya en la puerta, vi como un compañero regresaba a por sus cosas, y pensé "¡una mierda!" y volví. Metí el portátil, los cables y el paraguas, el abrigo y la bufanda en la mochila de golpe. Me puse especialmente nerviosa tratando de desenchufar al cable de la pared. No cedía, y yo me quedaba en clase. Di un último tirón y salí escopeteada.

Una vez en el pasillo nos quedamos parados, sin saber muy bien qué hacer. Nos sentíamos más seguros, y la gente se iba calmando, así que me tomé la molestia de ponerme el abrigo y la bufanda y reordenar mi mochila. Entonces oímos ruidos en el baño contiguo a nuestra aula. Golpes repetitivos. Creí que las ventanas, también abiertas, estarían batiéndose.

Abrí la puerta, y barrió miles de cristalitos minúsculos. Las ventanas no estaban abiertas. Habían reventado, y la metralla de cristal había llegado al otro extremo. Los golpes continuaban. Eran en una de las cabinas, había una señora encerrada. Un compañero abrió la puerta a patadas, mientras otra le daba instrucciones a la mujer de apartarse. Cuando salió, estaba totalmente conmocionada, al borde de una crisis nerviosa. Le ayudamos a caminar un poco y luego se dirigió a su despacho.

También el profesor estaba bloqueado. Sin que fuera apenas audible, incluso sugirió que esperásemos un poco a ver si se podía reanudar la clase. Luego supe que a ese profesor tuvo que llevárselo la policía, porque estaba en estado de shock. En ese momento apareció otra profesora por las escaleras y nos gritó que corriéramos a la otra ala del edificio y lo evacuásemos. No nos hicimos de rogar. En unos minutos estábamos en el vestíbulo.

Fui saludando a las personas que conocía, como para hacerles ver que estaba bien, y que me alegraba de que también lo estuvieran. Una no me contestó... estaba sentada en un banco mirando al infinito, ausente. Distinguía a mis compañeros de clase al correr, pero entonces me di cuenta de que había una chica que no había visto en ningún momento. Le busqué por todos lados, pero finalmente desistí al ver la desbandada de gente que nos dispersaba. Una vez fuera, me giré ante la cara de horror de una compañera y vi por primera vez la enorme columna de humo negro. En ese preciso instante fui consciente por primera vez de lo que había ocurrido. Una bomba. Una bomba. ETA.


Me di cuenta de que tenía el móvil sin batería, así que mandé un mensaje a mi madre tranquilizándola, el cual nunca llegaría por barrido inhibidor de ondas de la policía. Nos hicieron correr al otro extremo del campus, y de ahí volví rápidamente a casa para tranquilizar a todos. Mi familia estaba angustiada, porque no sabían nada de mí. Conecté el móvil, y empecé a llamar a todas las personas que lo habrían encontrado apagado. Una amiga me cogió llorando, pensando que me había ocurrido algo. Llamaron otras muchas personas de primeras. Hice algunas perdidas. Me llamó un compañero de la cuadrilla diciendo que estaban juntos, y que sólo faltábamos dos por localizar. Una era yo. La otra, esa compañera a la que yo no había visto. Le tranquilicé, le dije que estaba en clase pero la había perdido. En ese momento me lo creí. Sabía que no había habido heridos en mi clase. Lo que no sabía era que ella no estaba en el aula.

Me quedé mirando las noticias como embobada y atendiendo y haciendo llamadas toda la mañana. Supe así que mi compañera estaba en la cafetería en el momento de la explosión y había salido directamente, sin recoger el móvil ni nada de la clase.

Quedamos toda la cuadrilla por la tarde para vernos. Yo había estado hablando con mi madre. Creo que fue entonces cuando fui, poco a poco, realmente consciente de lo que había ocurrido. De que habían detonado ochenta kilos de explosivos bajo mi ventana. La cual por suerte se había abierto en lugar de explotar. Que los muros de piedra de sillería de medio metro de grosor nos habían protegido. Que habían explotado los cristales blindados de edificios relativamente lejanos, y los cristales de muchas casas de fuera del campus. Que había una treintena de heridos leves, 17 de ellos temporalmente ingresados. Que había amigos y amigas mías, y otros conocidos, que habían escapado a la muerte por 100 metros de camino, por haber pasado antes, por evitar la lluvia y el frío, por haber decidido pasar por otro lado, por haber salido de su despacho (destrozado) al baño.

De que habíamos sido víctimas de un atentado brutal, y teníamos suerte de estar todos ahí reunidos. Me sentí feliz de tenerlos a mi lado. Y también comprendí, como si nunca antes le hubiera visto, que no podíamos amedrentarnos, aunque luego caminásemos por la calle hechos una piña, contra nuestra costumbre, como si nos persiguieran. Comprendí, que la universidad, las universidades, tenían que hacer frente común y seguir adelante. Porque nosotros somos el futuro.

domingo, 26 de octubre de 2008

Blue



I've gotta save myself from that gloomy me.


That one wich is so happy in the golden autum.

In the silver nights.



Tengo un libretita roja en la que escribo frases que me vienen a la cabeza y dibujo manos, ojos, trozos de edificios... trato de llevarla siempre, para que no se me olviden las cosas. Lo malo es que, en general, nos las seguimos arreglando para no coincidir.

viernes, 17 de octubre de 2008

El artista reconoce al artista.

Escribo esto en respuesta a una entrada de blog que me llamó mucho la atención, incluida la conversación que se fraguó después de él. Por ello, espero que leáis este texto después de haber entrado en el link.

¿Necesita el escritor vivir en la tragedia? Mejor dicho, como se puntualizó después, ¿el artista? (Pintores, poetas, añado, bailarinas, músicos...) Todos ellos expresan lo mismo de distintas maneras, pero podemos englobarlos a todos continuando con el ejemplo del escritor. Se dijo que aman la tragedia porque les da algo sobre lo que escribir (pintar, versar, bailar, componer, interpretar), en definitiva, algo que expresar, que transmitir.

Las respuestas, los han relacionado con los emo (a diferencia de una tribu urbana, esto es tan viejo como el mundo), han animado a vivir la realidad y sacar lo mejor de ella, han hablado de la felicidad, de esas cosas maravillosas, sobre las que escribir, han hablado de tantas cosas escritas por muy distintas personas, sin tragedia. Han hablado de lo que el dolor puede sacar, y de la paz que se puede encontrar, como animando a la autora a no caer en su propia tragedia, como si, al argumentar su propio pensamiento, también la animaran a buscar su propio equilibrio, dando la razón en un “hay algunos, pero busquemos la chispa de la vida”... como sí “fuese una opción”. ¿Ser artista es una opción?

Para bien o para mal, me considero una de esas personas que viven arte. Soy bailarina y escritora, pero también dibujante, coreógrafa, pintora, compositora, lo que se me ponga por delante. Artista y punto. No he dicho que sea buena. Sólo que no puedo vivir sin ello. La autora del texto original hizo una importante distinción (que se puede aplicar a todos los campos del arte) entre una persona que escribe bien, y un escritor (aparte quedan los escritores académicos). Es quien lo necesita más que el amor, como su propia supervivencia.

Y aquí he de contestar por fin. No es la tragedia en sí misma lo que busca el artista. Hay que tratar de ser feliz, y buscar, ya lo han dicho, la chispa en todo. Me consideran una persona positiva y, no me tiro flores, es cierto. Pero el artista, el de verdad, sin buscarlo, vivirá en la tragedia. No necesariamente será infeliz, o con una vida desequilibrada. Pero le será muy fácil, porque en ella busca parte de esa felicidad inalcanzable, al menos en esta vida.

¿Qué les ocurre a los artistas? Han cometido el craso error de iniciar la senda de la búsqueda de la Belleza. (Son como los filósofos con la Verdad, pero con otra sensibidad.) Tomo una cita: Así, sólo disfrutan del dulce regusto de la tragedia deseada. Del amor avocado al fracaso. El amor al arte que nunca será consumado y nunca será bastante. (...)Los ARTISTAS aman a su arte por encima de todo y de todos, y eso es algo que les provoca el cierto sufrimiento de la incomprensión. Aman algo tan sublime como lejano, inalcanzable. Y su felicidad está en buscarlo, como un amante despechado. Su camino está condenado a la frustración, y al mismo tiempo es el que más los satisface, el único que les llena. Tanto, que duele. Aunque sea sólo contemplativo, más si es creativo. Como el Amor.

Por ello, incluso escribir sobre la felicidad implica angustia, porque es algo enorme que no se puede abarcar con tus pobres palabras, pero no puedes dejar de intentarlo, de buscar la completa unión. Si al escribir, sea sobre la tragedia o sobre la felicidad, no te duele el pecho, será una persona que escribe, pero o un artista. Pero esa angustia es menor que la del vacío, cuando, por una razón o por otra no has podido pararte a escribir, cantar, bailar, dibujar..., o contemplar. Su ausencia es tan terrible como esa enfermedad que llaman depresión. Sólo que tiene fácil cura. O una media cura, por que cambias sufrimiento por el dulce regusto de la tragedia deseada. El sufrimiento vital, inspira, la felicidad, cuando pasa la euforia, también. Pero la vida siempre tiene ambas juntas, un amplio matiz de grises, y el artista nunca podrá concentrarse en un solo color.

Nunca será feliz del todo, incluso aunque se acerque lo más posible a eso que en filosofía llaman vida lograda. En realidad nadie será completamente feliz. Sólo que el artista lo sabe mejor que nadie, porque lo siente profundamente... Por eso, tal vez más lejos de la realidad que el resto, en su tragedia..., está más cercano a la vida en todos sus matices, y es más feliz que nadie con su don, o su maldición.
Para Eterna-Kyo-Actriz-Bailaora-Escritora-...
De The_Jolly_Joker-Tooru-Bailarina-Actriz-Escritora-...

viernes, 10 de octubre de 2008

The Cheshire Cat


Chesire Cat, o Gato Risón, como nos lo tradujo el gigante Disney. Ese gran gato rayado de sonrisa inquietante que nació del genio de Lewis Carroll. Siendo el único que escucha a la pobre Alicia, le muestra, con lógica irrefutable, que las cosas muchas veces son más sencillas de lo que parecen... y le muestra también... que la lógica, compinchada con el lenguaje, puede hacer evidente hasta lo imposible.



Al ver a Alicia, el gato mostró su amplia sonrisa... "¡Este gato esta siempre de buen humor!", pensó la niña... Pero, al ver sus afiladas garras y su larga hilera de dientes, pensó que no estaría de más guardar las distancias.

- Minino de Chesire -comenzó a decir Alicia de forma algo tímida, porque no sabía muy bien si le iba a gustar el nombre que le había dado... El gato extendió aún más su sonrisa.

"Parece que le ha gustado", pensó Alicia y continuó en voz alta:

-¿Podría usted indicarme, por favor, la dirección que debo seguir?
- Eso depende -le contestó el Gato- de a donde quieras ir.
- No me importa el lugar... -dijo Alicia.
- En ese caso - le contestó el Gato- tampoco importa la dirección que tomes.
- ... adonde me dirijo -continuó Alicia-, ¡con tal de llegar a algún lado!
- ¡Eso es fácil! -le contestó el Gato- ¡No tienes más que seguir andando!

¿Cómo negar la lógica aplastante de las palabras del Gato? Alicia prefirió cambiar de tercio:

- ¿Qué clase de personas viven aquí?
- En esa dirección -dijo el Gato, indicando con su pata derecha- vive un Sombrerero, y en esa otra -dijo señalando con la otra pata- vive una Liebre de Marzo... Puedes visitar a quien gustes..., ¡los dos están igual de locos!
- Pero si yo no quiero estar entre locos... -objetó la niña.
- Eso es algo que no puedes remediar -le contestó el Gato-, porque aquí... ¡todos lo estamos! ¡Yo lo estoy...! ¡Y tú también lo estás!
- ¿Cómo sabe que estoy loca? - le preguntó la niña.
- Tienes que estarlo -le dijo el Gato-, porque de lo contrario... ¡no estarías aquí!

Alicia no creía que eso fuera una prueba irrefutable, pero decidió pasarlo por alto y siguió preguntando:

- ¿Y cómo podría probarme que está usted loco?
- ¡Eso es fácil! -le comentó el Gato-. Comencemos. Premisa mayor. El perro no es un animal loco. ¿Estás de acuerdo?
- Supongo que sí -dijo Alicia.
- Bien. Premisa menor. El perro gruñe cuando está enfadado y mueve la cola cuando está contento. Yo hago justamente lo contrario. Muevo el rabo cuando estoy enfadado y gruño cuando estoy contento. Luego... ¡yo estoy loco!

(...)

¡Y hágame el favor de no aparecer y desaparecer de forma tan súbita! ¡Me está usted mareando!
- ¡Cómo gustes! -le dijo el Gato.

Y en esta ocasión se esfumó muy lentamente, empezando por el extremo de la cola y acabando por la sonrisa de su boca, que permaneció flotando en el aire cuando ya el resto del cuerpo había desaparecido.


sábado, 7 de junio de 2008

Esferas

El proyecto de un grupo de música siempre me ha llamado la atención. Realmente me extasía escuchar música, y entonces siento un enorme impulso de componer la mía propia, de escribir y cantar. Un triste detalle es que generalmente oyes muchos estilos de música, pero sólo puedes interpretar uno si quieres tener cierta coherencia comercial. ¡Qué rabia depender de eso! Pero si hiciera mi propio grupo, tal vez soy demasiado idealista, no sabría, o no querría ceñirme a ello. Haría exactamente la música que me gustaría escuchar, y aunque no fuera fácilmente clasificable, tendría una coherencia propia. Desgraciadamente, este proyecto, por diversas circunstancias, nunca ha salido adelante. Es una dolorosa falta, pero ya ahora estoy estudiando, bailando, escribiendo y dibujando. Por el momento, no da la vida.

Pero en definitiva, es todo lo mismo. Para un alma sensible, hiere lo mismo una bella canción que un hermoso relato. Y se inflama igual el deseo de crear ante una estatua que ante un ballet. ¿Por qué al artista le inspira el arte mismo, por qué no se conforma con la contemplación? ¿Por qué sobre un cuadro escribe un poema, y sobre un poema una canción? Al final el campo es lo de menos, el arte es arte, y punto. Por eso puedo hacer extensible lo que dije antes: “hacer la música que te gustaría escuchar”.

Es lo que hago en otros estilos. Escribo lo que me gustaría leer, dibujo lo que me gustaría mirar, bailo lo que me gustaría transmitir (con la danza es un poco distinto, porque pocas coreografías son propias por ahora, soy más bien una intérprete). Y bajo esa premisa nace cada vez algo diferente. Por eso los relatos y los dibujos son obras completas, redondas, susceptibles de ser perfeccionadas, por supuesto, pero sólo hasta cierto punto, en la medida en la que se parezcan a sí mismas, a su mensaje original. Al escribir lo que me gustaría leer, el ejemplo más fácil y notorio, al ir añadiendo una palabra, una expresión... se hace sólo, como si yo sólo fuera una intermediaria para añadir algo al mundo, que estaba incompleto sin él. Sin ese relato concreto, sin esa única combinación de pensamientos y sentimientos. Y la próxima vez será completamente distinto, y sólo podré controlarlo un poco, porque si cambiara una sola palabra arbitrariamente, de las que fluyen por sí mismas, perdería su armonía por completo. Otra cosa, repito, es pulirla porque en ocasiones al plasmarlo pierde parecido consigo mismo.

Sé que todo esto suena un poco raro, como si las obras de arte estuvieran esperando en alguna parte a ser traídas al mundo. No es así. Pero el mundo está incompleto, a nuestros ojos, de un modo concreto, cada vez que nos sentamos ante el papel, la partitura... Y lo único que hacemos es responder a esa necesidad imperiosa que nos invade detalle a detalle, como puliendo una esfera. Y cuando la terminamos, el mundo ha cambiado, nosotros también, haremos cosas antes de volver a sentarnos, evolucionaremos... y empezaremos otra esfera nueva. Y cada vez el mundo será más hermoso, pero nunca lo suficiente. Y cada una de esas esferas, será como un niño pequeño, que hay que mimar, cuidar, amar, hasta que alcance su madurez, y después, para que no lo hieran, no lo manchen.

Nunca terminamos una obra, salvo en el preciso momento en el que se nos hizo presente, antes de empezarla. Y no me refiero a modificarla –ojalá no sea necesario, fuera de las correcciones básicas–. Si no a quererla, difundirla, pensarla, entenderla más profundamente, explicarla. Porque adquieren, al nacer, una extraña inefabilidad, incluso para el propio autor, precisamente porque todo lo que se podía decir está ahí mismo. Y están ahí para siempre, vivas sólo cuando se les atiende, y a quien más anhelan, a quien siempre esperarán, es a su propio autor, el único que conoce su sentido completo. Porque escribió lo que querría leer, qué menos que leerlo luego. Aunque en ocasiones sea difícil, terrible incluso, para su pudor. Para los demás será siempre un eterno enigma del que sacar algo nuevo, para el autor, un amor que nunca dejará de inspirarle más. Que puede convertirse en odio, por supuesto. Y muchas veces lo hace. Pero nunca es indiferencia. Por eso, cuando un artista muere, nos deja una antología de misterios. Un poquito tristes ante los varios intérpretes, pero tal vez por eso más maravillosos.




[1]La imagen es de la portada del disco Nigthfall in Middle Earth, de Blind Guardian.

martes, 27 de mayo de 2008

Soledad

La soledad es una situación extraña, en ocasiones desesperadamente deseable y en otras tan perniciosa como un veneno. Sin embargo, tal vez esté tan minusvalorada en algunos casos como exaltada en otros. De qué modo esa soledad puede tanto alienarnos de la humanidad como hacérnosla encontrar en nuestro interior, depende de cada uno y su manera de atender a su alrededor, para luego saber escuchar el silencio.

Me llamó mucho la atención el énfasis que el autor[1] pone en el trabajo en comunidad, en que no es posible la creatividad en soledad. Me sorprendió tanto más en cuanto que, tal y como lo dijo, resultaba provocativamente evidente. Por que curiosamente mi idea era, o es, más bien al contrario. Por mi, he de reconocerlo, breve experiencia vital, los momentos en los que la mente se enciende son cuando, bien recogida en la oscuridad y la soledad, se retrae sobre su propia fuente de recursos interiores y comienza a generar de forma inevitable, de pura excedencia. En estas situaciones el silencio sólo puede ser roto, y a veces, por música muy concreta, no puesta bajito para relajar, sino alta por su propia cualidad inspiradora, aunque no negaré que haya podido caer a veces en la primera y horrible tentación.

Ya sea la producción literaria, en la que ese excedente es de sensibilidad copada de imágenes, como en la filosófica, en la que es necesario antes provocar esa sobrecarga de ideas a partir de las fuentes, esto es, lo que pensaron antes de nosotros, y la propia realidad, de la que lo más rico son con diferencia las personas. Pero necesariamente en soledad. Es más, muchas veces al tratar de escribir en equipo es más fácil acabar haciendo cada uno su parte que acometer la difícil tarea de coordinación que supone tratar de componer un trabajo cualquiera coralmente, donde es sencillo retrasarse mutuamente. 

Pero tal vez sea todo esto una confusión de conceptos. El autor de libro distingue entre soledad y espacio de aislamiento. Si le he entendido bien, la primera es aquella que llama estéril, el vacío de escribir de y para sí mismo. El segundo, el lugar, o más bien la situación, propicia para la concentración. En ese sentido, está en lo cierto, y ambos modos de pensar no son incompatibles. Podríamos identificar su segunda noción con la que yo he expuesto primeramente como soledad, con todas sus posibles variantes personales o interpretativas, y no con la distinta concepción que de ese término él da. Esto sería una solución rápida pero no completa. Por que realmente lo que considero soledad es un punto intermedio entre ambos. 

Es cierto que la labor creativa exige una no-soledad que le da la razón al autor del libro. Es necesaria una comunicación con el exterior de uno mismo, primeramente, para poder llenar el abastecimiento desde donde componer, y después, para que lo que se ha creado tenga un sentido. Por que escribir un libro que nunca ha de ser leído es como gastar la vida en dibujar miles de volutas en folios y folios, hasta la locura, cuando los blancos cabellos del calígrafo ya no le permitan volver atrás. La falta de referencia a la realidad y a los demás, el aislamiento, en ocasiones imperceptible por que tiene su origen en las mentes, es capaz hacer perder al hombre su nativa humanidad. 

Pero también he de defender una cierta soledad, que todos necesitamos a veces por sí misma, unos con más frecuencia que otros, para vaciar nuestro trastero intelectual y psicológico. Siendo cierto que la carrera filosófica, en la actualidad, es publicar, lógica consecuencia de la profesionalidad, también lo es que aquello no es requisito indispensable del pensamiento. Ya que esa comunicación de la que hemos hablado con anterioridad puede ser meramente teórica. Es factible haber leído y escuchado antes, y escribir para una posteridad en abstracto que no tiene ni siquiera por qué esperarse ver. Escribir para uno mismo es la más pura expresión de hacerlo, en realidad, por la propia escritura, sin ninguna clase de intencionalidad o presión externa. Que después ese texto, por su propia naturaleza, saldrá a la luz, es algo tan real e importante cuando lo haga como secundario en su proceso de redacción. En estos caos, la soledad real, que no el absoluto asilamiento social, que por otra parte, es imposible en el ser humano no alienado, es necesaria para la genuina originalidad del académico, que después de haber observado atentamente el mundo exterior debe explorar el interior, precisamente, para que lo que escriba sea universal a todos los espíritus. 

Naturalmente, todo esto depende de la naturaleza de lo que estemos escribiendo. Pero si en algo es rica la vida es en como cada uno se reinventa a sí mismo al componer, una y otra vez. La soledad puede ser, entonces, la más amable situación tanto para el filósofo como para el poeta.


[1] El libro es "El taller de la filosofía" de Jaime Nubiola. Ediciones Astrolabio. EUNSA.

sábado, 24 de mayo de 2008

At Darlington Hall

Sobre las entradas, Filosofear, Enanos con mal genio, En la mediocridad del vestíbulo y De vida o muerte, de Philip Muller.

Para empezar, me encantan tus entradas. Escribes genial, y no solo es el cómo escribas, sino qué escribes. Se nota que te planteas las cosas, que no las das por sentado. Pero hay algunos puntos sobre los que me gustaría abrir un pequeño debate y, como los comentarios no están para extenderse demasiado (originalmente esto iba a ser un comentario), y me parece que puede ser interesante para todo el que lo quiera leer, te dedico una entrada en mi blog. Escribo en segunda persona por que me resulta más sencillo en este caso, para no perder la referencia pero, repito, es para todo el que lo quiera leer. Haciendo click sobre la imagen se va a los originales.

Estoy de acuerdo a grandes rasgos con Filosofear, Enanos..., En la mediocridad..., y De Vida... Léanse. Pero en todos ellos hay como un pensamiento de fondo, una idea que me llama la atención. Sobre todo esta muy marcada en Filosofear y En la mediocridad... Por eso los comento juntos.

Por un lado hay como una especie de realismo, de autocrítica insalvable, que se puede resumir en "sólo soy un alumno de primero", y parece no tener solución, salvo esperar al título universitario, a ser un Rimbaud, a llegar a tener un día delicioso, a descubrir por qué la vida es valiosa. Algo así como deseos imposibles.

Y sin embargo también dejas mostrar como que hay personas que logran ese imposible, o que podrían estar haciéndolo sin que tú participes.

No creo que las cosas sean así. Mejor dicho, lo son hasta cierto punto. Hasta en el momento en el que se te "va la autoestima" por decirlo de algún modo. La mediocridad no es un mal insuperable, es común, sí, nunca será suficientemente eliminada en uno mismo, eso también, pero se puede avanzar. Y la carrera de filosofía no es para tener un título, es para aplicarla a tu vida. Y si te dicen que lo pareces, créetelo, igual es lo único que te falta para empezar a serlo. No es necesario estudiar filosofía para ser filósofo, no tiene que ver con la edad. Dices, se ha dicho, yo misma lo tengo en una de mis imágenes laterales, que el filósofo es el que tiene capacidad de asombro. Pero nunca lo lograrás si esperas al amanecer perfecto, por que no llegará. A asombrarse por todo se aprende, como a todo. Y se aprende mirando. Mirando hasta que te das cuenta de lo extraordinario que es eso que has visto. Sólo es necesario planteártelo, ver eso como lo vería un niño. No es algo que tienen algunos, sino una actitud que se adopta. Y cualquiera puede hacerlo.

En cuanto al derecho a criticar, te han comentado que "To have a right to do a thing is not at all the same as to be right in doing it". Es cierto. Pero creo que el asunto está mal enfocado. Eso puede aplicarse a los adolescentes, sí, pero este no es el caso. Y si lo es, es problema del sujeto en cuestión. Cómo te consideres a ti mismo, no lo sé, pero te diré una cosa. Ante una crítica a la sociedad, (con esto no quiero legitimar el raje en general), la pregunta no es qué derecho tiene el que la formula, sino si está bien fundada. Es más, no es un derecho, sino un deber. La sociedad no es un mundo ideal, pero el conformismo es la clave de su éxito. No sirve de nada dedicarse a cambiar el mundo en una sala de estar, pero quienes son conscientes de sus errores (y aciertos), están en la obligación de denunciarlos, para que la sociedad evolucione. Ésta lo ha hecho gracias a núcleos pensantes. Y no hay edad límite, sólo pensamientos válidos o no. No puedes esperar a que los apuntes te hagan pensar, sólo sirven de material de base (que es mucho), pero lo que desarrolles es sólo tuyo. ¿No tienes la inquietud de aportar? Por que habiendo leído tus ensayos, creo que tienes el potencial de hacerlo. De hecho espero que lo hagas. Y si llegas a licenciarte sin haberte asombrado por nada, da igual el título, da igual, no serás un filósofo. Aunque seamos muy pocas las personas que lo dudemos.

Pero no será necesario, por que sin darte cuenta lo eres. Sin darte cuenta, criticas a los que critican, los estudiantes, a ti mismo, a las personas prepotentes, a la mediocridad. Tenemos mucho que aprender, sí, pero no podemos esperar a terminar de asimilarlo todo para hacer algo, (aunque sólo sea en el ámbito de una clase universitaria), por que ese momento nunca llegará. Tenemos que ser humildes para ser sabios, sí, por que si no no avanzaremos ni estaremos en la verdad, pero en cada momento tenemos que arreglárnoslas con lo que tenemos.

Por que la sociedad es responsabilidad de la universidades. Y de aquellos que, no estando en una, posean ese espíritu. Lo que hagamos será mucho o poco. Tal vez no veamos los resultados. Pero nunca será indiferente. Rimbaud no sabía que lo era. Y hay que intentarlo, no vaya a ser. Tal vez sólo trascienda una frase tuya a la historia. Pero no sabes cual va a ser. Ni cuando la dirás. Así que cuidado con cada una que escribas. Pero la peor tragedia sería que nunca llegaras a formularla.

Y lo mismo ocurre a nivel personal. Que los días sean buenos o deliciosos no es algo vetado a unas pocas personas maravillosas. El valor de la vida, no es algo que demostrado teóricamente pueda darse a la gente como argumento irrefutable de su felicidad. El que la gente se suicide (una tragedia, no es que quisiera que pasase una sola vez más), es lo que demuestra que la felicidad es posible. Por que si existiera un argumento capaz de dar valor a la vida, si el saber que cada día es especial o el amor nos viniera dado, no tendría ninguna gracia. No seríamos felices, seríamos autómatas. Y no tendría sentido escribir. Que tu vida sea una masa informe depende de ti, otra vez. Pasar del vestíbulo a la casa es un paso que se da en cada acción, nadie mora en la casa. Pero muchas personas habitan en el vestíbulo, es cierto. Donde hay que vivir es en el pasillo. El camino de la felicidad es ella misma, y sí, está reñido con la mediocridad.

En realidad, viendo lo que has escrito, tú sabes muy bien todo esto. Lo único que te falta es un poco de optimismo, no hacia la sociedad (eso no sería realista), sino hacia las capacidades del ser humano. De las cuales, de momento, sólo tienes acceso a las tuyas propias, y por ellas, hasta cierto punto a las de las personas de tu alrededor y quien sabe quién más. A por ello.

Bueno, no sé si entendí bien el fondo de tus ensayos. Si no lo hice y esto era innecesario para ti, en cualquier caso el tema queda abierto para que lo lea cualquier persona a quien sí le haga falta. Ánimo y sigue f-i-l-o-s-o-f-a-n-d-o.

jueves, 22 de mayo de 2008

La escritura adecuada

A lo largo de la lectura del libro “El taller de la escritura”, me he dado cuenta de que debo ir cambiando en parte mi modo de enfocar la producción literaria. Antes, puede decirse que sólo clasificaba dos modos de escribir que valieran la pena. Primero, el expositivo-científico, como por ejemplo, un trabajo de investigación en biología, sobre la naturaleza genética de los virus o la subestructura de las partículas atómicas, eximidos de retóricas literarias o un sentimiento profundo de propiedad, ya que su interés reside en la difusión de información.

En segundo lugar, el artístico o más bien personal, que incluye, no sólo lo puramente lírico, sino todo lo que podemos considerar producción creativa, dígase artículos, ensayos, etc., mientras no se introdujeran demasiado en el campo del primero. Una característica importante de este segundo grupo es que, al menos en mi caso, por considerarlo tan personal, casi inspirado o dictado por una especie de subconsciente que antes se ha empapado, si es necesario, de la información que proceda, tal a sido mi modo de redactar hasta el momento, gozaba de una cierta inmutabilidad esencial, aunque pudiera corregirse hasta cierto punto. Como un artista con su obra acabada, de la que nunca estará satisfecho, pero ante la que las críticas las siente, incluso aunque la evidencia le lleve al agradecimiento sincero, como si se las hicieran a un hijo de su propia sangre. Por que en el fondo es lo que es.
Aparte estaban las publicaciones periodísticas sin demasiado interés, como noticias de periódico o reportajes, en los que simplemente se expone una información con visos de publicidad.

Sin embargo, ah
ora me encuentro con que en la facultad de comunicación me dan un terrible palo al escribir esos textos que consideraba “menores”. Y no haría notar la situación si no fuera algo generalizado entre compañeros de bien conocida pluma en nuestra particular microsociedad. La significativa bajada de calificaciones resulta alarmante. Y la nota al margen, al menos en mi caso, puede siempre resumirse en lo mismo “no te entiendo”. Después de, al principio, acordarme intensa y reiteradamente de las entendederas de la persona que escribiera eso, decidí buscar la raíz del problema. La solución llegó de improviso. Sencillamente, viendo a una de mis abuelas leer el periódico. Esta buena mujer, guarda con celo casi religioso las copias de mis escritos, y se deleita escuchándome en muchos temas. Pero no entiende un ápice. En el fondo, creo que precisamente por eso le hace tanta ilusión. Y lee el periódico.

Es pues, sumamente lógico que se censure una obra que, sin estar técnicamente mal, no sirva al fin a que está destinada, en este caso, una divulgación masiva. Y es que de ninguna manera se pregunta la persona que corrige los escritos de comunicación, qué pretendemos hacer con nuestro futuro, sino que si estamos en su asignatura, es para aprender lo que ella considera correcto y adecuado a ese respecto, aunque sea un corte por lo bajo. Un problema fácilmente solucionable, una cuestión de adaptación, luego no es necesario preocuparse más.

Sin embargo, sí me inquieta profundamente un género que antes consideraba en cierto modo, y sin querer simplificar, “natural”. Y es precisamente la escritura filosófica. La tenía, creo que mal clasificada, dentro del segundo grupo que he expuesto. Pero la evidencia apunta por otros derroteros. Las recomendaciones para escribir que se han ido exponiendo a lo largo del curso, de corrección, de reescritura, finalmente cuadran más con mi idea de composición científica. Pero por otra parte, no deja de ser notorio el que la aplicación del método científico a la filosofía sea bastante reciente. Y en el fondo soy consciente de que, con mi mente, deliberada y deleitadamente formada en la biología, la química y la matemática (materias que he de reconocer que en la actualidad echo de menos), a la hora de profundizar en un tema, de clasificar y archivar mentalmente la información que al respecto, casi más que recopilo, colecciono, tiendo a caer en un cierto cientificismo o al menos acusado racionalismo. Tratando de escapar a esa tentación voy al extremo contrario, y me encuentro jugueteando con las sugerencias y las metáforas, con una especie de idea romántica de la dialéctica, tal como lo haría un gatito con un ovillo.

Quizá deba pasar por encima de mis eruditos
ocho meses de formación universitaria y volver a lo básico. Recuperar esa frase, de tan cierta y por tanto manida, tan olvidada: “In medio virtus est”. Así, debo derribar primeramente todos mis esquemas, para poder atender la pregunta más interesante ahora, que se presenta con una urgencia imperativa. Ésta pregunta es: ¿Cuál es la identidad de creatividad y cientificidad, la naturaleza propia de la escritura filosófica? Un pequeño atisbo de la repuesta la ha dado ya el muy recurrente Aristóteles, pero el grueso queda todavía por resolver. Parece mentira que estudie filosofía... ¡Pero menos mal que no es ninguna otra cosa!

miércoles, 21 de mayo de 2008

Una sonrisa sincera

A veces los más diminutos detalles de lo que ocurre a tu alrededor son más significativos que la mejor novela. Muchas personas viven en el más gris anonimato sin saber ellas mismas que sus vidas son un auténtico ejemplo o una tierna historia. Para encontrarlos, sólo hay que saber mirar a tu alrededor, por la calle, en el autobús... Y de repente aparecen. Y tal cual desaparecen. Y vuelven a su anonimato. Y seguramente nunca sabrán que tú fuiste el testigo indiscreto de un retazo de su vida. Y con toda probabilidad, no crean siquiera que sea digna de ser observada, tanto menos que escriban sobre ellos. Pero voy a hacerlo. Porque hoy me crucé con uno de ellos.

Estaba esperando en la parada de autobús. Delante de mí paró uno de esos que no son públicos, sino llevan gente de colegios, asociaciones, etc. Me asomé, y vi varias personas con distintas deficiencias físicas y psíquicas. Debía ser de algún centro especial. Un hombre mayor se acercó a la puerta abierta. Ya antes de verla, oí la voz estridente de la chica que bajaba, aunque no entendí lo que decía. El señor le dio la mano para ayudarla a bajar. Era una chica joven, muy bajita, con la espalda retorcida y abultada, y los rasgos faciales grandes y muy marcados. Pero no fue eso lo que me impresionó. Fue la sonrisa de su padre (o abuelo, o acompañante X) al recibirla, el cariño con el que le arregló la chaqueta, la atención con que escuchaba las novedades del día que ella le contaba asombrada. Pensé en las muchas personas que ahora dicen que, para que un niño salga mal y sea una carga, es mejor no tenerlo, se excusan diciendo que sufrirá. En otras muchas que lo aceptan con reticencias, como algo contra lo que no pueden hacer nada. Por un momento (qué mala persona), busqué en la cara del hombre algún atisbo de resignación, de disimulo. En absoluto. Su sonrisa era sincera. En ese pequeño cuadro vi mucha más felicidad que en tantos otros más... fáciles? Se tenían y se cuidaban el uno al otro, cada uno a su manera. Fueron apenas unos segundos. En seguida se alejaron. Y me quedé esperando, pensando, aprendiendo...

martes, 20 de mayo de 2008

La Noche

Hay quien considera que la noche es motivo de temor, la oscuridad lo negativo. Sin embargo, este maravilloso poema de Rilke muestra lo que yo pienso, o siento, al respecto. Encontrarlo fue como observar mi alma en las páginas de un libro. La noche... es el refugio, la hermosa oscuridad llena de sombras melancólicas y musas etéreas. La noche... donde el silencio canta.


Tú, oscuridad, de la que vengo,
te amo más que a la llama,
que al mundo fija límites
mientras tú esplendes
para un cierto círculo
fuera del que no hay ser que de ti no sepa.

Pero la oscuridad todo en sí alberga:
formas, llamas, animales y a mí,
tal y como quiera que los abrace,
a hombres y potestades.-

Y puede ser: una gran energía
se mueve y conmueve en mi vecindad.

Yo creo en las noches.


Rainer María Rilke.

Alas

Aunque procuro terminar de leer el segundo capítulo de “El taller de la filosofía” me impaciento por dejarlo y empezar a escribir. El resto del texto me va sugiriendo nuevos detalles e ideas, pero si hiciera caso de todas las que burbujean en mi mente, no podría escribir algo lo suficientemente coherente.

Varias expresiones repiquetean por todos lados sin que consiga ordenarlas del todo. El autor ha hablado de reunir textos, citas, de la imaginación, de los sueños. Y me causa un cierto desasosiego. Nunca, reconozco, he llevado a cabo esa tarea compiladora de forma consciente. Pero sí lo he hecho sin darme cuenta, mentalmente, y de un modo bastante sistemático, a decir verdad. Tengo buena memoria, y en cierto modo archivo lo que me interesa. Claro que este sistema no es tan práctico como el de unas cuartillas, que tal vez asuma, porque no sólo me brinda lo que necesito en el momento en el que lo busco, sino que me bombardea indiscriminadamente y en cualquier situación con las más absurdas imágenes recurrentes. Cuestiones como el sonido que hace alguien que va a hablar y no lo hace, dejando en el ambiente como una especie de sordera aspirada mientras cierra inexpresivamente la boca, o qué ocurriría si una guillotina partiera una mesa por la mitad sin inmutar a las personas sentadas a sus extremos, resultan desde mi más tierna infancia muchísimo más absorbentes que la explicaciones de un profesor o una conversación insustancial.

Así, de este archivo memorístico pasamos al origen de la mayor parte de sus elementos, la imaginación. El autor trata de incentivarla, de ayudarnos a recorrerla y adentrarnos en nosotros mismos por su medio. En otros tiempos esa lectura me hubiera alegrado. Porque a lo largo de toda mi vida, lo único que he sentido verdaderamente mío, real y palpable, ha sido ese mundo interior que creaba con mi imaginación. En él cabían las personas que quería, por supuesto, pero también todos y cada uno de los estímulos externos, miles de libros, películas, cómics, que hacían de él un mundo siempre cambiante, impredecible, en expansión, donde aventuras y tragedias seguían sus propias reglas. Éste era y es el origen natural de todo lo que escribo, dibujo o ideo. Pero apenas he llegado a lo largo de mi vida a mostrar una ínfima parte de ese abanico de historias, lo que pensaba directamente para ser escrito, reservándome por completo ese lugar de juegos de infancia y sueños de juventud. Siempre he escrito lo que querría leer, y por eso considero mis textos como hijos que, en realidad, no me han tenido en cuenta a la hora de darse forma a sí mismos, y que salvo las primeras correcciones, en el fondo no tengo derecho a modificar, porque quieren decir exactamente lo que son.

Pero ahí queda todo ese excedente de fantasía que ha constituido mi hogar. Y ahora, con la llegada de la odiosa madurez, me doy cuenta de que no sé permanecer en la realidad, ni siquiera interpretar sus signos. De que para vivir por fin mi vida tengo que darme cuenta de cuál es, y sin embargo sigue pareciéndome extraña, lejana y fríamente irreal. De que para sacarme a mí misma adelante hay un punto en el que tengo que cortar y mirar hacia afuera, desechar lo que no me aporta más que infinitos minutos de mirada perdida en la oscuridad. Y es una horrible mutilación. Cada uno de los personajes con los que hablo en silencio son parte de mi familia y de mi historia, los paisajes y recorridos los conozco mejor que mi propia ciudad, no me basta para reconocerme el reflejo del espejo. Los proyectos de futuro que alguna vez hubiera ideado, objetivamente nunca fueron tales, y planteármelo ahora hace que el absoluto vacío, o la tediosa perspectiva a falta de una idea formada me asusten. Pero ahora no tengo tiempo para soñar, y el que empleo me lo quito de vivir, hay cosas importantes en las que ya ni siquiera sé fijar la atención. Una sola referencia a algo que una vez haya pensado me aparta irremediablemente de lo que de verdad me interesa. Y no sé qué hacer con ello. Si canalizarlo de algún modo imposible, éste lánguido dejarme vagar contra el que ya no sabe regir mi voluntad, o acallarlo como una vez todos los niños dejaron de jugar. Mientras a otros tienen que animarles a soñar, yo trato inútilmente de cortar mis propias alas, demasiado largas e incontrolables. Y no sé.

lunes, 19 de mayo de 2008

Obertura

Comienzo este blog como pudiera haber abierto una sonata. No es que trate de música, ni mucho menos. Al menos principalmente. Pero realmente me pareció que una obertura de palabras representa el carácter multidisciplinar que sí posee. Aunque seguramente multidisciplinar es una palabra muy técnica, casi como si fuera algo serio. Tal vez funcionarán mejor ecléctico, o bohemio. Porque eso es lo que este pequeño espacio del universo virtual va a ser, una manifestación de mi atípica existencia.

No es que de entrada mi vida sea particularmente extraña. Familia normal, amigos, universidad, etc... Lo es de fondo. Para empezar, estudio Filosofía. Eso ya de por sí suele ser bastante para ganarse el tan vapuleado adjetivo de fricky. En realidad es Filosofía con Comunicación Audiovisual, pero la Comunicación Audiovisual es un "por si acaso". Respecto a lo de fricky, encajo bastante con el perfil, voraz lectora y dibujante de cómic (otaku), algo heavy, bastante gótica, y en general poco convencional. Pero eso no es lo que más me caracteriza. Si preguntan, yo soy bailarina y escritora. Al menos estoy haciendo la carrera profesional de Ballet Clásico, y me gusta escribir prosa poética, e intentarlo con la poesía. Aunque cualquier manifestación artística sencillamente me extasía y me llama. La música, la pintura... Dos facetas son las que trato de compaginar, pues, para sobrevivir intelectual y emocionalmente. La filosófica y la artística. Y son ésas las que estarán aquí presentes. Éste será un blog de reflexiones filosóficas, y relatos literarios. O relatos filosóficos y reflexiones literarias, nunca se sabe. En cualquier caso será variado, cualquier cosa sobre la que meditar, poetizar o debatir, algunos ensayos reducidos, citas destacables, comentarios varios. Se aceptan sugerencias de temas interesantes.

Quisiera terminar haciendo una pequeña defensa de todo ello. Se ha dicho, con razón, que el filósofo es el que sabe asombrarse. Ve lo que todos los demás ven y piensa lo que nadie más piensa. ¿No puede esta definición aplicarse también al artista? ¿No ve acaso el mismo mundo que todos y ve más, lo interpreta a su manera? ¿No reflexiona sobre el ser humano y la realidad en cada una de sus creaciones? Lo que en el filósofo es elevación intelectual, en el artista es la sublime búsqueda de la belleza. Ambos tienden en definitiva al Bien, la Belleza, la Verdad, Dios. Para todos, sin nombre propio. -Y al mismo tiempo, para unos pocos, por desgracia, los que tengan la paciencia o la sensibilidad.- Por eso, Arte y Filosofía son compatibles, aunque a algunos les parezca lo contrario. Son, en definitiva, un modo de mirar. Y eso es este rinconcito. Mi particular, y al mismo tiempo universal por ser humano,

Modo de mirar el mundo.